El carácter “sagrado” del dojo proviene pues de la experiencia y no de la simple obediencia a unas normas oscuras. En general, al igual que en la práctica de otras artes marciales como el judo, la superficie del dojo está recubierta de tatamis (colchonetas) indispensables para la práctica de los ukemi (caídas en el suelo).
Originariamente, el tatami no era un tapiz específicamente destinado a la práctica marcial o deportiva, sino que se trataba de la estera con que se recubría el suelo de las casas japonesas tradicionales (paja de arroz recubierta de tela de lino no rugosa y teñida) y cuya medida aproximada era de dos metros cuadrados. En el pasado, se calculaba la superficie de las casa en tatami.
La entrada al dojo significa el acceso a otro mundo, a la imagen del Japón tradicional: rebosante de “serenidad y ardor”. Los momentos de escucha atenta y de concentración dan paso a instantes de práctica intensiva y de explosión de energía.
Según la cultura japonesa, el dojo se organiza racionalmente a partir los ejes frontales (kamiza-shimoza) y laterales (joseki-shimoseki). Cada parte de la sala tiene un significado propio. Cabe remarcar que los términos descritos a continuación no definen los muros de la sala, sino más bien las delimitaciones del espacio de práctica. Un tatami situado en el centro de una gran sala polideportiva (como sucede a menudo en el caso de los seminarios de aikido) también posee estos elementos, a pesar de la ausencia de paredes.